Esta recurrente pregunta creacionista, ligada normalmente al Universo o a las maravillas que en él se observan, incurre en una falacia conocida como plurium interrogationum, pues no sólo presupone en sí misma algo que no ha sido probado (que alguien lo tuvo que hacer), sino que además empuja al interlocutor a admitir presuposiciones no probadas. Además, si el interlocutor no es capaz de dar una respuesta inmediata y detallada que explique cómo el Universo pudo haberse originado, el creacionista resuelve por defecto que Dios tuvo que hacerlo. Es decir, si la teoría A fracasa, la teoría B debe ser la correcta.
Obviamente esto es una burda estupidez, pues por el hecho de que yo no conozca una “teoría” del Universo, ello no me obliga a concluir que Dios es la solución. Antiguamente también se desconocían los procesos que originaban la lluvia, la enfermedad, las mareas, los terremotos o incluso la diversidad de la vida. Sin embargo el tiempo terminó por demostrar que Dios no era responsable de nada de esto, a pesar de que la inmensa mayoría así lo creía. A esto se le ha llamado “La veneración de los vacíos”,que consiste en ubicar a Dios allí donde existe un vacío en el conocimiento o en la compresión de hoy día. O sea, cada vez que se encuentra un vacío aparente, los creacionistas, por defecto, asumen que Dios debe rellenarlo. Por eso resulta legítimo afirmar que Dios es fruto de los límites del conocimiento humano. Cada vez que decimos “Dios hizo esto”, lo que honestamente debiéramos decir es “no sabemos cómo se produjo esto”.
Además es falso que no existan hipótesis o teorías alternativas. Los científicos trabajan todo el tiempo en desentrañar el origen del Universo (si es que alguna vez lo tuvo) y formulan teorías en las que Dios no juega ningún papel. Por tanto no es cierto que si la teoría A fracasa la teoría B deba ser la correcta. Puede haber una teoría C, una teoría D, o incluso una E. En esto sentido cabe señalar que las estrategias creacionistas no difieren en otros campos. Si los creacionistas tratan de refutar la evolución o el heliocentrismo es porque piensan que si estas teorías se demostrasen falsas, el mito de la creación narrado en el Génesis bíblico sería verdadero por defecto.
De cualquier modo los creacionistas insisten en que las formas complejas como el Universo no pueden haber aparecido por azar. Sin embargo, ¿cómo se puede afirmar eso y aceptar a la vez la aparición súbita de Dios? Los creacionistas argumentan alegremente que Dios causa sin ser causado, lo cual es una argumentación inválida dado que si existe algo que no requiere una causa, ese algo tanto puede ser Dios como el mismo Universo. Por otro lado, afirmar que Dios causa sin ser causado por ser un ser divino es incurrir gravemente en un razonamiento circular:
¿Por qué causa sin ser causado?
Porque es Dios.
¿Por qué es Dios?
Porque causa sin ser causado.
Independientemente de esto, la hipótesis de un primer y complejo diseñador de todo lo existente no soluciona el problema, sino que lo duplica. Pues cualquier entidad capaz de diseñar algo tan improbable como el Universo tendría que ser aún más improbable que el propio Universo. Probablemente (y esto es sólo una mera conjetura personal) el orden lógico de acontecimientos debería partir desde la simplicidad hacia la complejidad.
Obviamente la refutación del argumento cosmológico no demuestra que Dios no exista, pero sí desmantela uno los argumentos más utilizados a favor de su existencia. A parte de esto, de lo que no cabe duda es que esta pregunta nos seguirá asaltando durante toda nuestra existencia, y muchos tratarán de hallar respuestas a este dilema en las religiones porque ofrecen respuestas mucho más agradables y satisfactorias que la ciencia.
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