viernes, 8 de julio de 2011

EVOLUCIÓN: ¿DE QUIÉN FIARNOS?

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos los que carecemos de formación científica es nuestra limitación a la hora de evaluar afirmaciones en torno a la evolución. Por tanto, si carecemos de formación suficiente, ¿cómo podemos saber si lo que afirman los evolucionistas es cierto, o por el contrario se equivocan y son los antievolucionistas los más próximos a la verdad? ¿No es cierto que al fin y al cabo es necesaria cierta dosis de fe para aceptar las afirmaciones científicas?

Esto es cierto hasta cierto punto, pero no todo es fe. Existen preguntas que todos deberíamos formularnos antes de emitir un juicio al respecto. Por ejemplo, ¿quién se opone a las afirmaciones científicas? ¿Con qué argumentos? ¿Está esa persona lo suficientemente cualificada? ¿En qué rama del conocimiento está cualificada? ¿Puede esa persona estar oponiéndose por motivos ideológicos?

Lo primero que uno debería hacer frente a personas que se oponen a teorías sólidamente asentadas como la evolución o el heliocentrismo es ponerse en guardia y observar si la persona que niega está cualificada científicamente. La opinión de un científico no tiene el mismo valor que la de alguien que no lo es. Cualquier persona es libre de opinar de fútbol, política o religión. Pero cuando hablamos de cuestiones científicas la cosa cambia. Si la persona que niega carece de formación suficiente es muy probable que desconozca los fundamentos de la teoría a la que se opone.

No obstante muchos científicos se oponen a la evolución e incluso al heliocentrismo. Entonces, ¿por qué creer a unos y no a otros? Cuando esto sucede uno debería tomarse la molestia de averiguar si el que se opone es científico en la misma rama del conocimiento a la que se opone o no. Muchos de los científicos que se oponen a la evolución lo son en ramas completamente distintas a la biología o la paleontología. Por ejemplo, en publicaciones creacionistas como “Answers in Génesis” se dan 101 nombres de científicos que no aceptan la evolución. Pero si uno analiza la lista con atención descubre que de los 101, sólo 39 son biólogos. El resto van desde matemáticos, ingenieros, psicólogos, programadores informáticos, profesores de aviación y hasta guardas forestales. Entender esto es importante porque, habiendo personas cualificadas científicamente en campos como la bilogía, la genética o la paleontología, no hay razón alguna para aceptar opiniones de personas cualificadas en otros campos. La opinión de un matemático es válida cuando hablamos de matemáticas. Pero si hablamos de fósiles, de estratos geológicos o de genes, la cosa cambia radicalmente.

Pero, incluso así, algunos de los científicos que niegan la evolución los son en ramas ligadas estrechamente al estudio de la evolución. ¿Qué hacemos entonces? Pues entonces damos un pasito más y nos aseguramos de que las afirmaciones del científico en cuestión no están condicionadas por ideologías que pudieran distorsionar su visión de la teoría a la que se opone. Si dicha teoría se opone a los fundamentos del dogma al que está suscrito es natural que su postura sea contraria a la teoría. Por ejemplo, la visión bíblica de la creación, con Adán y Eva como padres de toda la humanidad, se opone frontalmente a la idea de una evolución a partir de un ancestro común. Hay que entender que los científicos, antes que científicos, son personas, y como tales están sujetos a las mismas pasiones que el resto. A las personas religiosas les cuesta muchísimo aceptar que aquello que le han enseñado desde la infancia es falso, aunque surjan en contra argumentos de peso. El científico ligado a dogmas de carácter religioso tenderá a ignorar los argumentos contrarios al dogma, o bien despreciará dichos argumentos o los negará. Por el contrario, verá por todos sitios “pruebas” que confirman su dogma en simples anécdotas o eventualidades. La diferencia entre los antievolucionistas o antiheliocentristas no cualificados y los mejor cualificados es que estos últimos defienden mejor su postura.

Aparte de esto existen otras claves que nos ayudan a determinar la fiabilidad de las afirmaciones de los científicos. Por ejemplo, cuando un científico realiza un aporte al conocimiento (en evolución biológica o en cualquier otro campo) lo da a conocer a través de los medios. Pues bien, es importante que esos medios estén debidamente avalados. Publicaciones como Nature o Science disponen generalmente de mejores expertos que evalúan los trabajos antes de su publicación que revistas de menor tirada. También es importante investigar un poco al autor que realiza el aporte. Averiguando su currículum vitae podemos hacernos una idea bastante aproximada de su rigor intelectual. En tercer lugar podemos indagar en la opinión de otros científicos y ver si el aporte está respaldado por la comunidad científica o es solo una voz marginal. Sin duda esto nunca asegura el éxito; en ocasiones hipótesis que al principio parecían consolidarse han resultado finalmente erróneas. Pero si no tomamos medidas estaremos actuando como lompos, esos peces que tienen constantemente la boca abierta y se tragan todo cuanto les pasa por delante.

En general uno debe siempre ponerse en guardia ante afirmaciones que señalan que la evolución está en crisis, que pocos la aceptan o que incluso los científicos no se ponen de acuerdo entre ellos. En realidad, como se ha dicho, no existe tal crisis, solo la voz de miles de personas poco cualificadas para opinar al respecto, muchas de las cuales se encuentran condicionadas por motivaciones religiosas muy poderosas. Lo único que es medianamente cierto es que lo científicos discuten todo el tiempo entre ellos. Pero no discuten si hay o no evolución, sino el mecanismo del cambio evolutivo. Discuten, entre otras cosas, la importancia de los cambios, su rapidez y si existen otras fuerzas de la naturaleza que actúen en conjunción con la selección natural. Resulta chocante observar que mientras la ciencia trabaja para proporcionarnos nuevos conocimientos acerca del origen y la evolución de la vida, los antievolucionistas sigan anclados en cuestiones bizantinas sobre hombres que resucitan o serpientes parlanchinas. 

Además cabe señalar que muchos de los científicos considerados antievolucionistas en realidad no los son. El bioquímico Michael Behe, por ejemplo, citado en la mayoría de páginas antievolucionistas, o el biólogo español Máximo Sandín, por poner un ejemplo más cercano, no dudan de la evolución. Lo único que hacen es cuestionar la explicación darwiniana que da cuenta del fenómeno evolutivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario