viernes, 22 de julio de 2011

¿PUEDEN MILLONES DE CRISTIANOS ESTAR EQUIVOCADOS?

Desde luego que sí. La verdad no está sujeta a votación. Quienes creen lo contrario incurren en un falacia llamada argumentum ad populum, la cual afirma que lo numéricamente mayor es mejor que lo numéricamente menor, lo cual es una absoluta estupidez. Durante siglos la mayoría pensaba que la Tierra era plana, y no porque la idea estuviera respalda por la mayoría, representaba la verdad. La mayoría de los antiguos griegos creían en los dioses del Olimpo, igual que los egipcios creían en Isis, Osiris o Ra. Durante más de diez siglos, entre el siglo II a.e, y el XII, el budismo fue la religión más nutrida a escala mundial. ¿Quiere decir esto que entre los siglos II a.e, y XII d.e el mito budista de la reencarnación era un hecho, y a partir del siglo XVI dejamos de reencarnarnos y empezamos a instalarnos en el cielo después de nuestra muerte?

Hay que entender que la dimensión numérica de cualquier religión se debe atribuir a los azares históricos de la civilización de la que forma parte. Si el cristianismo aglutina hoy cerca de 2.000 millones de fieles es debido, puntualmente, a dos causas. La primera es la decisión del emperador Justiniano I de convertir el cristianismo en la religión oficial del mundo romano, imperio que en aquel entonces abarcaba toda Europa, parte de Asia y el ámbito mediterráneo, pasando de ser una religión minoritaria, a poder emplear los mecanismos del poder romano para evangelizar toda su área de dominio. La segunda causa nace tras la caída del Imperio romano, durante la época de mayor presencia religiosa en Europa, cuando se aborda un periodo de expansión colonial que se inicia con españoles y portugueses en el Caribe y el sur de América y por ingleses y franceses en el norte del mismo continente, pero también en África y Oceanía, en un proceso de desculturización y transformación religiosa. Los europeos destruyeron las civilizaciones dominantes de América y sus religiones murieron con ellas. Es evidente que si la historia hubiese acontecido de forma opuesta los dioses incas, mayas o aztecas habrían suplantado al dios cristiano en España y allá donde su civilización les hubiese llevado. Alá sustituyó a los dioses egipcios durante las conquistas islámicas que más tarde llegarían a España, y lo mismo ocurrió cuando los colonos ingleses de Norteamérica pasaron por encima de los verdaderos americanos mutilando sus cultos.

La difusión de una religión determinada depende siempre de los logros culturales, políticos y militares de la civilización de la que forma parte, y esa es la explicación por la cual hoy día han desaparecido religiones en su día importantes numéricamente hablando como la griega, la egipcia o la maya. Estas religiones han sido, simple y llanamente, reemplazadas por religiones pertenecientes a poderosas civilizaciones emergentes. Otra razón  de crecimiento religioso lo hallamos en el hinduismo, que ya aglutina cerca de 1.200 millones de fieles, y sigue creciendo debido únicamente a su actual auge demográfico.

Resulta paradójico que sea precisamente en África y América donde hoy día se aglutine el núcleo cristiano más devoto y numeroso, y no en Europa, continente desde el que se exportó la fe que ahora latinoamericanos y africanos profesan. Paradójico resulta también el caso de Oriente Próximo, concretamente el de Belén (Cisjordania), una de las supuestas patrias de Jesús, donde los musulmanes representan el 90% de la población, por sólo un 10% de cristianos. Incluso en Sudamérica, de mayoría católica, hallamos particularidades como la de Surinam, donde el 27% de la población practica el hinduismo (por un 25% de protestantes y un 23% de católicos), a consecuencia de la llegada masiva de hindúes durante el periodo en que Gran Bretaña controlaba parte del país.

Siguiendo una línea parecida, también los hay que conceden visos de realidad a una creencia determinada en función, ya no de su dimensión numérica, sino de su perdurabilidad en el tiempo. Así, hay quien afirma que Jesús existió sólo porque dos mil años después todavía se le venera. Este razonamiento es igualmente endeble, pues existen o han existido religiones y creencias más duraderas en el tiempo. La religión sumeria duró cerca de cinco mil años, y la budista dura ya dos mil quinientos. También el hinduismo es anterior a Jesús, o la astrología. 

Se debe ser muy cuidadoso a la hora de aceptar las creencias de una mayoría, pues se trata de creencias, muchas veces, aceptadas desde el pasado, repetidas constantemente a lo largo de los años, que acaban un día convirtiéndose en una verdad convencional. Son creencias que no necesitan abrirse paso con la razón, puesto que existe una línea de pensamiento establecido que habla y piensa por la mayoría. La mayoría religiosa, además, tiende a absorber a los inseguros, ya que estos, al observar el deseo de la mayoría, tienden a ir en la misma dirección.

sábado, 16 de julio de 2011

SI DIOS NO LO HIZO, ¿QUIÉN LO HIZO?


Esta recurrente pregunta creacionista, ligada normalmente al Universo o a las maravillas que en él se observan, incurre en una falacia conocida como plurium interrogationum, pues no sólo presupone en sí misma algo que no ha sido probado (que alguien lo tuvo que hacer), sino que además empuja al interlocutor a admitir presuposiciones no probadas. Además, si el interlocutor no es capaz de dar una respuesta inmediata y detallada que explique cómo el Universo pudo haberse originado, el creacionista resuelve por defecto que Dios tuvo que hacerlo. Es decir, si la teoría A fracasa, la teoría B debe ser la correcta.

Obviamente esto es una burda estupidez, pues por el hecho de que yo no conozca una “teoría” del Universo, ello no me obliga a concluir que Dios es la solución. Antiguamente también se desconocían los procesos que originaban la lluvia, la enfermedad, las mareas, los terremotos o incluso la diversidad de la vida. Sin embargo el tiempo terminó por demostrar que Dios no era responsable de nada de esto, a pesar de que la inmensa mayoría así lo creía. A esto se le ha llamado “La veneración de los vacíos”,que consiste en ubicar a Dios allí donde existe un vacío en el conocimiento o en la compresión de hoy día. O sea, cada vez que se encuentra un vacío aparente, los creacionistas, por defecto, asumen que Dios debe rellenarlo. Por eso resulta legítimo afirmar que Dios es fruto de los límites del conocimiento humano. Cada vez que decimos “Dios hizo esto”, lo que honestamente debiéramos decir es “no sabemos cómo se produjo esto”.

Además es falso que no existan hipótesis o teorías alternativas. Los científicos trabajan todo el tiempo en desentrañar el origen del Universo (si es que alguna vez lo tuvo) y formulan teorías en las que Dios no juega ningún papel. Por tanto no es cierto que si la teoría A fracasa la teoría B deba ser la correcta. Puede haber una teoría C, una teoría D, o incluso una E. En esto sentido  cabe señalar que las estrategias creacionistas no difieren en otros campos. Si los creacionistas tratan de refutar la evolución o el heliocentrismo  es porque piensan que si estas teorías se demostrasen falsas, el mito de la creación narrado en el Génesis bíblico sería verdadero por defecto.

De cualquier modo los creacionistas insisten en que las formas complejas como el Universo no pueden haber aparecido por azar. Sin embargo, ¿cómo se puede afirmar eso y aceptar a la vez la aparición súbita de Dios?  Los creacionistas argumentan alegremente que Dios causa sin ser causado, lo cual es una argumentación inválida dado que si existe algo que no requiere una causa, ese algo tanto puede ser Dios como el mismo Universo. Por otro lado, afirmar que Dios causa sin ser causado por ser un ser divino es incurrir gravemente en un razonamiento circular:

¿Por qué causa sin ser causado?
Porque es Dios.
¿Por qué es Dios?
Porque causa sin ser causado.

Independientemente de esto, la hipótesis de un primer y complejo diseñador de todo lo existente no soluciona el problema, sino que lo duplica. Pues cualquier entidad capaz de diseñar algo tan improbable como el Universo tendría que ser aún más improbable que el propio Universo. Probablemente (y esto es sólo una mera conjetura personal) el orden lógico de acontecimientos debería partir desde la simplicidad hacia la complejidad.

Obviamente la refutación del argumento cosmológico no demuestra que Dios no exista, pero sí desmantela uno los argumentos más utilizados a favor de su existencia. A parte de esto, de lo que no cabe duda es que esta pregunta nos seguirá asaltando durante toda nuestra existencia, y muchos tratarán de hallar respuestas a este dilema en las religiones porque ofrecen respuestas mucho más agradables y satisfactorias que la ciencia. 

viernes, 8 de julio de 2011

EVOLUCIÓN: ¿DE QUIÉN FIARNOS?

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos los que carecemos de formación científica es nuestra limitación a la hora de evaluar afirmaciones en torno a la evolución. Por tanto, si carecemos de formación suficiente, ¿cómo podemos saber si lo que afirman los evolucionistas es cierto, o por el contrario se equivocan y son los antievolucionistas los más próximos a la verdad? ¿No es cierto que al fin y al cabo es necesaria cierta dosis de fe para aceptar las afirmaciones científicas?

Esto es cierto hasta cierto punto, pero no todo es fe. Existen preguntas que todos deberíamos formularnos antes de emitir un juicio al respecto. Por ejemplo, ¿quién se opone a las afirmaciones científicas? ¿Con qué argumentos? ¿Está esa persona lo suficientemente cualificada? ¿En qué rama del conocimiento está cualificada? ¿Puede esa persona estar oponiéndose por motivos ideológicos?

Lo primero que uno debería hacer frente a personas que se oponen a teorías sólidamente asentadas como la evolución o el heliocentrismo es ponerse en guardia y observar si la persona que niega está cualificada científicamente. La opinión de un científico no tiene el mismo valor que la de alguien que no lo es. Cualquier persona es libre de opinar de fútbol, política o religión. Pero cuando hablamos de cuestiones científicas la cosa cambia. Si la persona que niega carece de formación suficiente es muy probable que desconozca los fundamentos de la teoría a la que se opone.

No obstante muchos científicos se oponen a la evolución e incluso al heliocentrismo. Entonces, ¿por qué creer a unos y no a otros? Cuando esto sucede uno debería tomarse la molestia de averiguar si el que se opone es científico en la misma rama del conocimiento a la que se opone o no. Muchos de los científicos que se oponen a la evolución lo son en ramas completamente distintas a la biología o la paleontología. Por ejemplo, en publicaciones creacionistas como “Answers in Génesis” se dan 101 nombres de científicos que no aceptan la evolución. Pero si uno analiza la lista con atención descubre que de los 101, sólo 39 son biólogos. El resto van desde matemáticos, ingenieros, psicólogos, programadores informáticos, profesores de aviación y hasta guardas forestales. Entender esto es importante porque, habiendo personas cualificadas científicamente en campos como la bilogía, la genética o la paleontología, no hay razón alguna para aceptar opiniones de personas cualificadas en otros campos. La opinión de un matemático es válida cuando hablamos de matemáticas. Pero si hablamos de fósiles, de estratos geológicos o de genes, la cosa cambia radicalmente.

Pero, incluso así, algunos de los científicos que niegan la evolución los son en ramas ligadas estrechamente al estudio de la evolución. ¿Qué hacemos entonces? Pues entonces damos un pasito más y nos aseguramos de que las afirmaciones del científico en cuestión no están condicionadas por ideologías que pudieran distorsionar su visión de la teoría a la que se opone. Si dicha teoría se opone a los fundamentos del dogma al que está suscrito es natural que su postura sea contraria a la teoría. Por ejemplo, la visión bíblica de la creación, con Adán y Eva como padres de toda la humanidad, se opone frontalmente a la idea de una evolución a partir de un ancestro común. Hay que entender que los científicos, antes que científicos, son personas, y como tales están sujetos a las mismas pasiones que el resto. A las personas religiosas les cuesta muchísimo aceptar que aquello que le han enseñado desde la infancia es falso, aunque surjan en contra argumentos de peso. El científico ligado a dogmas de carácter religioso tenderá a ignorar los argumentos contrarios al dogma, o bien despreciará dichos argumentos o los negará. Por el contrario, verá por todos sitios “pruebas” que confirman su dogma en simples anécdotas o eventualidades. La diferencia entre los antievolucionistas o antiheliocentristas no cualificados y los mejor cualificados es que estos últimos defienden mejor su postura.

Aparte de esto existen otras claves que nos ayudan a determinar la fiabilidad de las afirmaciones de los científicos. Por ejemplo, cuando un científico realiza un aporte al conocimiento (en evolución biológica o en cualquier otro campo) lo da a conocer a través de los medios. Pues bien, es importante que esos medios estén debidamente avalados. Publicaciones como Nature o Science disponen generalmente de mejores expertos que evalúan los trabajos antes de su publicación que revistas de menor tirada. También es importante investigar un poco al autor que realiza el aporte. Averiguando su currículum vitae podemos hacernos una idea bastante aproximada de su rigor intelectual. En tercer lugar podemos indagar en la opinión de otros científicos y ver si el aporte está respaldado por la comunidad científica o es solo una voz marginal. Sin duda esto nunca asegura el éxito; en ocasiones hipótesis que al principio parecían consolidarse han resultado finalmente erróneas. Pero si no tomamos medidas estaremos actuando como lompos, esos peces que tienen constantemente la boca abierta y se tragan todo cuanto les pasa por delante.

En general uno debe siempre ponerse en guardia ante afirmaciones que señalan que la evolución está en crisis, que pocos la aceptan o que incluso los científicos no se ponen de acuerdo entre ellos. En realidad, como se ha dicho, no existe tal crisis, solo la voz de miles de personas poco cualificadas para opinar al respecto, muchas de las cuales se encuentran condicionadas por motivaciones religiosas muy poderosas. Lo único que es medianamente cierto es que lo científicos discuten todo el tiempo entre ellos. Pero no discuten si hay o no evolución, sino el mecanismo del cambio evolutivo. Discuten, entre otras cosas, la importancia de los cambios, su rapidez y si existen otras fuerzas de la naturaleza que actúen en conjunción con la selección natural. Resulta chocante observar que mientras la ciencia trabaja para proporcionarnos nuevos conocimientos acerca del origen y la evolución de la vida, los antievolucionistas sigan anclados en cuestiones bizantinas sobre hombres que resucitan o serpientes parlanchinas. 

Además cabe señalar que muchos de los científicos considerados antievolucionistas en realidad no los son. El bioquímico Michael Behe, por ejemplo, citado en la mayoría de páginas antievolucionistas, o el biólogo español Máximo Sandín, por poner un ejemplo más cercano, no dudan de la evolución. Lo único que hacen es cuestionar la explicación darwiniana que da cuenta del fenómeno evolutivo.